Estás sentado; frente de ti, sobre la mesa, hay un cubo de Rubik. Sólo puedes ver el lado frontal del cubo. No puedes moverlo; ni tocarlo. Pero si te levantas, podrás ver un lado distinto; el lado de visión paralelo al suelo. Si continúas moviéndote, mirarás los lados faltantes. Pero, hay un lado que no podrás ver: el que está boca abajo, en la mesa. Así es «Climax» de Gaspar Noé. Un Rubik que no puede ser tocado. Completado —y que no quiere serlo—. La cinta es clara. Pero, solo en una cosa: está escrita y filmada basada en sucesos reales. Pero, parece no estar dispuesta a contar algo. Sino, en mostrar. Gaspar Noé. Es cierto que los personajes hablan —y bailan— en lugares distintos del edificio, tanto que sorprende que los otros no escuchen. ¿Qué tan grande se hace la habitación, el hogar como para no sentirnos tan cercanos con el otro aún de que las voces en el espacio son audibles? El baile inicial, tras terminar el prelude de la cinta, donde los entrevistan, parece no tener mu...
Ex… es… scratch. Voces granuladas, lo grueso y pesado de las rocas que se baten en duelo con el uniforme y las armas de fuego. De fondo, una voz en off que narra una caída y el descenso de un París que se aplasta contra el asfalto. Borbotea sangre. Se repite así mismo que todo está bien, que «lo importante no es la caída, sino el aterrizaje».
Francia estuvo décadas donde la militancia y la agresividad política lo rasgaba todo.
Francia, década de los 50. Si comías en una mesa con telas aterciopeladas, platos delgados que brillan como un espejo por el mármol pulido, eras un burgués; si invitabas a otra persona de la clase obrera a comer en esa misma mesa con esos mismos platos, eras un comunista. Te perseguían por llevar piedras frías en las manos; te perseguían por dar de comer al hambriento. La violencia, la desigualdad, el bolsillo a reventar de monedas de oro y el poder, nos haría ubicar a Francia en una línea borrosa: no sabemos si catalogarla como la cultura del alboroto o la cultura que repite a César Nerón.
Han pasado 40 años. Hemos llegado a la Francia en la década de los 90, a los suburbios. Los botones TW&W han sido fundidos para fabricar una olla a presión. Los policías en su intento de demostrar que son alguien en Francia y que tienen poder, abusan de su uniforme para torturar inmigrantes que viven en los suburbios. Nadie le da importancia a la vida de los inmigrantes, no hace falta decir de dónde vienen o quiénes fueron alguna vez en su antigua tierra, eso no le interesa a nadie. A los botones solo les resulta encantador disponer de gotas pequeñas de poder y demostrar que ellos pueden hacer lo que gusten con la poubelle étrangère. Aunque, la verdadera nausea, es Francia.
Aterrizamos en París de 1995 y hemos chocado contra «La haine» de Mathieu Kassovitz.
En los barrios de la periferia parisina hay una jaula donde han sido enrejados tres perros. Comparten la misma fortuna adversa y la misma nostalgia de la tierra pérdida. Esto los hizo ser tan cercanos que llegaron a fraternizar. Sin embargo, nunca pensaron que estarían tanto tiempo enjaulados. Pasó el tiempo y las mismas condiciones que los unieron ahora les causa rechazo hacia el otro. La sed y el hambre ha acervado la rabia en sus huesos; el encierro los ha convertido en perros salvajes. Ya no toleran las pulgas de su compañero; se ladran unos a otros e intentan morderse las colas.
Un día se atacaron entre ellos mismos tan ferozmente que los barrotes de la jaula vibraron con tal intensidad que la puerta se abrió. Salieron por la puerta y olfatearon el exterior. El aire era calmo y frío. Decidieron caminar en manada; se acostumbraron a su propia salvajidad que no estaban listos para conocer la de otro animal, y, si llegaba un perro más fuerte que ellos, les iría mejor si lo atacaban juntos. A las diez horas de haber salido de la jaula llegan a un barrio distinto que está a las afueras de los suburbios. Es plácido, no se escuchan estertores de otros perros, solo ladridos inocentes y suaves. Hay comida, bebida y perras. Unas perras hermosas. Eso les parece muy bueno para ser verdad, muy bueno para ellos. Pasado los minutos deciden rasgar el sitio, romper las tazas de donde bebieron, estertar a los perros que le dieron de comer. Era muy tarde para rehacer sus vidas como perros domésticos, lo salvaje ya los había dominado.
Eso es «La Haine», una urbanidad de lo salvaje.
La Haine es llamado por muchos como una de las mejores piezas de cine que pudo dejar Francia. En esta pieza cinematográfica Kassovitz filma una crónica del alboroto que intenta señalar las desigualdades económicas y sociales de los inmigrantes en los suburbios franceses bajo una fotografía B&W teñida en tonos plateados sin llegar a ser de un estilismo ostentoso. La historia transcurre en un día; 24 horas narrando la vida de Saïd, Hubert y Vinz. En cada estación del día se enfrentan a un nuevo problema —el abuso de los policías, el hambre, la falta de dinero, ocultar un arma, la muerte de un amigo— y acostumbrados a la derrota deciden cambiar las cosas a pesar de que eso signifique asesinar a una persona o un botón. Sin embargo, saben que nunca podrán huir del destino que les ha preparado el vértigo de Francia, aún así, prefieren tropezar y caer. Hacer algo.
Se destaca el trabajo cinematográfico en todos los sentidos. Unos actores inolvidables que encarnan la esencia del odio, el desprecio y la agonía de ser extranjero. Se pronuncia un trabajo camarográfico que quiere llegar a un nuevo nivel cinético de la camera lente. Una historia cruda y triste con elementos simples como los carteles, las pantallas de televisión y la voz a través del estéreo. Una actuación que si no fuese por cada uno de los actores, no vería una forma de que funcionase; todo en ellos profetiza el descenso.
La haine se levanta y decide caminar en una especie de trabajo documental que ha sido posible gracias a los cuerpos despojados de sus huesos, de sus derechos y de sus nombres: los inmigrantes fallecidos. No hay otro final para la película, y, tristemente, no hay un final distinto para la persona derrotada, aquél que vive en una selva urbana.
Aún hoy, este film es terriblemente actual, especialmente en el contexto del movimiento Black Lives Matter y la lucha contra la desigualdad social. Es una obra cinematográfica impactante y una crítica contundente a la forma en que se trata a las minorías en la sociedad francesa.
La olla ha explotado, el inmigrante se ha deformado en el choque contra el asfalto, el llanto aún no cesa, el odio reina en la urbanidad.
Título original: La haine.
Año: 1995
Duración: 97 mnt.
País: Francia.
Director: Mathieu Kassovitz.
Reparto: Vincent Cassel - Vinz
Hubert Koundé - Hubert
Saïd Taghmaoui - Saïd
Abdel Ahmed Ghili - Abdel
Solo - Santo
Joseph Momo - Tipo normal
Héloïse Rauth - Sarah
Rywka Wajsbrot - Abuela de Vinz
Olga Abrego - Tía de Vinz
Laurent Labasse - Cook
Choukri Gabteni - Hermano de Saïd
Nabil Ben Mhamed - Boy Blague
Benoît Magimel - Benoît
Medard Niang - Médard
Arash Mansour - Arash
Hubert Koundé - Hubert
Saïd Taghmaoui - Saïd
Abdel Ahmed Ghili - Abdel
Solo - Santo
Joseph Momo - Tipo normal
Héloïse Rauth - Sarah
Rywka Wajsbrot - Abuela de Vinz
Olga Abrego - Tía de Vinz
Laurent Labasse - Cook
Choukri Gabteni - Hermano de Saïd
Nabil Ben Mhamed - Boy Blague
Benoît Magimel - Benoît
Medard Niang - Médard
Arash Mansour - Arash
Productora: Canal+, Studio Canal, La Sept, Kasso Productions, Egg Picture, Les Productions Lazennec.
La olla a presión de este mundo está hecha de millones de botones y ya explotó (?). Esta película es hoy más actual que nunca porque el problema no es francés (ahora lo francés parece nimio comparado con el resto) sino que, quién lo diría, global. Esta película, con su estructura cronometrada, parece una bomba y nos va dando indicios de qué irá la cosa. No decepciona.
ResponderBorrarTremenda reseña, Juan.
Yo soy vinz
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