Estás sentado; frente de ti, sobre la mesa, hay un cubo de Rubik. Sólo puedes ver el lado frontal del cubo. No puedes moverlo; ni tocarlo. Pero si te levantas, podrás ver un lado distinto; el lado de visión paralelo al suelo. Si continúas moviéndote, mirarás los lados faltantes. Pero, hay un lado que no podrás ver: el que está boca abajo, en la mesa. Así es «Climax» de Gaspar Noé. Un Rubik que no puede ser tocado. Completado —y que no quiere serlo—. La cinta es clara. Pero, solo en una cosa: está escrita y filmada basada en sucesos reales. Pero, parece no estar dispuesta a contar algo. Sino, en mostrar. Gaspar Noé. Es cierto que los personajes hablan —y bailan— en lugares distintos del edificio, tanto que sorprende que los otros no escuchen. ¿Qué tan grande se hace la habitación, el hogar como para no sentirnos tan cercanos con el otro aún de que las voces en el espacio son audibles? El baile inicial, tras terminar el prelude de la cinta, donde los entrevistan, parece no tener mu...
Se encienden las motocicletas. Unos adolescentes manejan en zig zag. Aparece, en la animación, el movimiento de las luces; vestigios de luz neón; un desenfoque y barrido en el color rojo y naranja. Se deslizan, ahora en la pantalla, varios edificios. Nuestros motociclistas se pierden entre callejones, desaparecen de la pantalla y ahora solo queda la soledad del corazón de Japón en medio de edificios con carteles neones. Bares. Burdeles. Casinos. El humo de las bombas. Es aquí donde comienza nuestra bienvenida al Neon Tokyo. Nuestra bienvenida a Akira.
Alguna vez habrás escuchado un fragmento de audio que dice «Akira, Akira. Leave me alone» en los animes de 90 vibes. También, que mencionen mucho este nombre; Akira. Pero, ¿por qué hay tanto amor hacía Akira? ¿por qué tanta admiración de los directores de anime y dibujantes japoneses por esta pieza? Empecemos diciendo algo así como que: Akira es un fenómeno de la animación. Es una oda a las cenizas del Japón que existió antes de que Estados Unidos lo sitiara en la década del 41. Una expresión de vanguardia que pronosticaba lo que sería del Japón al occidentalizarse: un territorio del caos; las calles de la insurgencia —especialmente Tokyo y Asakusa—.
Pero, también digamos que Akira es de esos animes que sabes, desde el principio, que te destrozará, que te hará sentir que también quieres ser parte de una pandilla de motociclistas japoneses en tu etapa de bachillerato. Y, sabes, también, que quisieras conseguir una chaqueta roja, y, en este mismo color, una motocicleta como la de Kaneda. Y se entiende. Yo lo entiendo.
El cine de Katsuhiro Ôtomo y su estilo de animación, marcó, junto con Cowboy Bebop (1998), lo que sería el Japón occidental, el Japón neón, el japón insurgente. Marginal.
Ahora, regresando a «Akira», esto también lo podemos decir: es el anime que se anunció como heraldo para el género cyberpunk distópico, el man-mecha y superar el formato de ilustración de cuadro por cuadro permitiéndose un juego psicológico en los colores del verde, rojo y coral, al mismo modo que la animación del cuerpo apunto de explotar, el cuerpo que se derrite. Experimental y adelantado a su época. Tanto así que influenció en las obras de Takao Yoshioka, Hideaki Anno y Satoshi Kon. En animes contemporáneos podríamos mencionar algunos como: Pyscho pass, Cyberpunk: edgerunners, Tokyo Ghoul.
Give me my byke, Tetsuo
Entre edificios, en las zonas periféricas de Tokyo, se encuentran nuestros personajes: la pandilla de motociclistas. Su líder es Kaneda. Él conduce una moto roja con estampillas americanas: la bandera de Estados Unidos y el sello de Canon. También está Tetsuo, el amigo de la infancia de Kaneda. Ambos, desde pequeños, han vivido en el bajo Japón. El que quedó después de la explosión atómica que el Estado denominó «Akira». Entonces sí, los carteles de tránsito antiguos, los escombros apilados en cada esquina de las calles y los bares subterráneos, son una puesta gráfica que realiza Katsuhiro para criticar la modernidad instaurada por el morbo de Estados Unidos en el Japón de Edo.
La restauración Meiji tuvo sus halos de iniciación en las zonas centrales del país, lo que quiere decir que Tokyo fue el comienzo de la modernidad. Por eso vemos dos paisajes en Akira: la tecnología centralista y los edificios a medio destruidos de las periferias. Pero, la situación en Akira no radica únicamente en un panfleto hacía Estados Unidos —que si miramos agudamente, también esto sucede en Cowboy Bebop, el cine de Kurosawa, el de Yasujiro Ozu, entre otros directores de anime y de no animación—, sino en cómo el adolescente japonés resiste y lucha.
La pandilla de Kaneda se dedica a realizar batallas en motocicleta por todo el corazón de Tokyo, pero, al acabar los duelos, ambas pandillas regresan a su territorio en la periferia. No hay un mínimo interés o preocupación en conocer de qué se trata esa tecnología moderna. Es así que estas battle royal de pandillas son más bien una forma de llamar la atención de los habitantes centralistas; hacerles saber que ellos, los habitantes de la periferia que han minorizado, aún existen y que se mantienen.
Hay vehículos flotantes, armas tecnológicas, objetos nucleares, inyecciones híbridas. Pero no, nuestros pandilleros escogen sus motocicletas terrestres y hacerle mejoras tradicionales que las beneficien visualmente; escogen tomar bebidas alcohólicas tradicionales; jugar a las maquinas de monedas; y, llevar una chaqueta con un estampado de pildore.
Si había dicho que Akira es un caos, esto resulta insuficiente para describir el escenario de la ciudad. Si había afirmado, por ejemplo, que la cuestión está en resistir, también podría ser corta la descripción. Mejor digamos que Akira se trata de empatizar con los personajes. Esto va así:
Tetsuo. Él siempre ha querido ser como Kaneda. Quiere todo lo que él posee. Esto no es que lo convierta en un amigo envidioso, no. Al contrario, quiere cada cosa de su amigo porque él es un fracasado cuando está a su lado. Porque es todo lo que él no será: un líder. Y si al menos obtiene algo de Kaneda que le permita ganar el respeto de cada uno de la pandilla, será suficiente. Es por esto que Tetsuo siempre ha querido la moto de Kaneda, pero tampoco es capaz de manejarla, siempre que se sube a ella, la deja varada, estática. Todo le sale mal.
Pero, lo que no sabe es que dentro suyo guarda un poder inigualable.
Kaneda. Él ha buscado guiar a su pandilla al reconocimiento de los demás habitantes de la periferia. Consigue encargos. Es un líder innato; la prioridad es que siempre sus amigos estén a salvo, a pesar de liderarlos en batallas brutales contra otras pandillas. Sin embargo, esta misma cualidad de querer ayudar a los demás, a pesar de ser desconocidos, le traerá muchos problemas. Se enamora de una insurgente, y no de cualquiera, sino de una integrante que busca el secreto de la explosión atómica llamada Akira.
La insurgente. No está ahí porque sea obligatorio. Mucho menos está porque quiere cuidar la vida de sus allegados, a pesar de que siempre se vea interesada por cuidarlos. Ella no sabe por qué está ahí. Sí, se supone que, para descubrir el secreto de la explosión, pero a medida que avanza el anime notamos que tampoco es por esa razón. La razón es otra. Es el destino.
El destino. No es que haya deseado que las cosas fuesen así. Sólo pasó, así, sin más. Pero nuestros personajes saben qué deben hacer para cambiar el destino. Manejar sus motocicletas. Tener motocicletas. Por eso existe una fascinación hacía los vehículos en Akira, y es que estos simbolizan la capacidad de huir, adquirir un poder sobre el otro, el tener algo. ¿Pero qué sucede cuando por fin se ha alcanzado el poder? Lo que haría un niño al recibir un barco: subir, luego mover el timón y hundirse tras un rato. Tetsuo adquiere “superpoderes”. Vuela, destroza muros, crea escenarios psicológicos en los sueños de los demás. Explora el poder. Ya no quiere tener la motocicleta de Kaneda, ya consiguió algo mejor que eso. Camina. Sigue destrozando. Y en cuestión de un rato, se hunde; nunca ha tenido algo antes, nunca ha sido un líder. Es ajeno a la felicidad y la compasión, esto hace que termine perdiéndose a sí mismo. Esto nos espera a todos. Todos somos —seremos— Tetsuo.
Sí, Cioran habría dicho en el Breviario de podredumbre que lo único que importa en esta vida es aprender a ser un perdedor, pero, ¿qué nos queda cuando realmente queremos ser algo más que un fracasado? Akira es nuestro encuentro. La vida pasada de cada personaje hace que empaticemos con sus deseos de huir, de luchar, de querer ser alguien cuando siempre hemos estado destinados a la nada.
Nombre: Akira (アキラ AKIRA)
Año: 1988
Dirección: Katsuhiro Otomo
Ayudante de dirección: Hiroshi Adachi
Dirección artística: Toshiharu Mizutani
Producción: Shunzō Katō
Dirección: Katsuhiro Otomo
Ayudante de dirección: Hiroshi Adachi
Dirección artística: Toshiharu Mizutani
Producción: Shunzō Katō
Akira es desbordante en colores y sensaciones. Nos da más de lo que pedimos. Cada cuadro con sus detalles, cada parte de esa ciudad neón que podría ser cualquier lugar si las cosas se descarrilaran un poco. Amamos esa obsesión por la perfección, esa forma de crear un universo firmemente sujeto en todas sus partes. Pero, con todo eso, al igual que en Ghost in the shell o en Cowboy Bebop y hasta en Neon Genesis Evangelion, lo realmente urgente, lo realmente importante, es la insatisfacción, esa desazón que cargan sus protagonistas por el pedazo de mundo que les ha tocado, por el pedazo de existencia entre tanto polvo y soledad.
ResponderBorrarJuan, muy buena reseña de una muy buena película.
Sí, Migue, hay algo increíble en Akira: ¿De qué poder hablar cuando queremos hablar de todo? Porque Akira lo tiene absolutamente todo —de ahí que haya marcado un hito en el anime durante 33 años—.
BorrarSiento,al mirar Neón Génesis Evangelio, Cowboy Bebop, Ghost in the shell y Akira lo siguiente: las máquinas intentan llenar lo que nunca hemos tenido, pero es imposible que lo hagan. Nos destruye, nos hace sentir más solo. Tenemos una hermosa moto, un bellísimo mecha, una nave espacial de unas vives increíbles, pero, ¿Qué somos sin eso? ¿Qué somos con ello? Nada.
20/10 y God
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