¿Has visto esos árboles
donde enredaderas cuelgan de él? Sucede algo extraño con eso. Cuando lo miras,
cuando lo haces bien, parece que te hipnotizara y te llevase a pensar que estás
en otro tiempo, uno distinto a ese en el que lo estás viendo. Que eres un anacrónico;
un sujeto que flota en el aire buscando alguna memoria que te recuerde que estás
ahí, que existes. Hay, ahora, algo aún más extraño y es: ¿has escuchado cómo se
mueven, tras pasar una larga brisa, las hojas y las ramas de esos árboles con
enredadera? Naturalmente son árboles grandes y gruesos, por lo que el sonido que
hay cuando se agitan por el viento es similar al de las olas. Como si una cantidad
exagerada de arena estuviese siendo vaciada de un carro de ferretería hacia el
suelo. No son sonidos salvajes u hostiles. Es un sonido que produce en tu cuerpo
la sensación que estás suspendido en el tiempo, en la memoria, en una imposibilidad
de amar. Así es el cine de Wong Kar-Wai.
La cámara. La fotografía.
Sí. Uso de colores saturados, una iluminación deslumbrante y secuencias de
cámara lentas y deslizantes que nos hacen sentir que estamos en el mismo agobio
existencial del amor que nuestros personajes en As tears go by (1988), Chunking
Express (1994), Fallen Angels (1995), The Hand (2004) e incluso en su reciente serie
Blossoms Shanghai (2023). La fotografía en Days of Being Wild es completamente verde,
hermosamente verde. Verdes interrumpidos por otros verdes y un poco de cian. Pero
es que esta inclinación de la colorimetría tiene mucho que ver por el trabajo de
Christopher Doyle, quien sería, desde 1990, el director de cabecera en el
departamento de fotografía y cinematografía en los trabajos de WKW. En una
entrevista que recibió Doyle tras el éxito exorbitante e indudablemente bien
merecido de In the Mood for Love, dijo: «Creo que cada película de Wong Kar-Wai
trata de la memoria. De hecho, muchas películas de muchos cineastas son variaciones
en torno a un mismo recuerdo. Incluso aunque sean cosas imaginadas deben proceder
de un lugar muy profundo para tener resonancias en otros»
Sí, Doyle, así es; Wong
Kar-Wai es un pirómano de la melancolía. Tú serías entonces una estación de gasolina.
Hay un ejercicio del lente
completamente audaz y atrevido en cada pieza, desde una especie de bodycam estático
en In the Mood for Love (2000), The Hand (2004) y 2046 (2004) que da la poderosa
impresión de que vemos unos films narrados visualmente como si la cámara
pudiese dar susurros, hasta la serie de deslizamientos en primer plano y planos
generales en Fallen Angels (1995). La forma en la que es retratado el
Hong Kong en Fallen Angels sería, para mí, la esencia de todo el cine de la
primera parte de la obra de WKW: un viaje alucinante, elegante y, extrañamente
violento por las calles; las luces neones que resaltan a la vista, sumergen el andar
de cada personaje en una soledad y angustia que nos hace decir «Ese, ese
sujeto de ahí, soy yo». El cine de Wong Kar-Wai es universal por los temas que
trabaja; pensémoslo, somos unas criaturas que viven en soledades y que
al intentar conseguir un amor nos estallan el corazón. Entonces ahí dejamos de
ser criaturas, para ser llamados esa ridícula criatura.
¿Qué compartimos todos los seres humanos con los demás seres humanos? En una ocasión, cuando vimos «Como el cielo después de llover» de Mercedes Gaviria en Topos Cine Club, me atreví a decir que son los recuerdos del padre. Ahora, pensando en cómo escribir esta introducción para el ciclo dedicado a Wong Kar-Wai como una oda al 16 de febrero, pensé: Todos estamos solos; todos hemos estado solos, a todos, incluso a Jesús, se le entristeció el corazón.
Y es que, si hubiese
realmente una felicidad allá afuera en el mundo, dios la encontró primero que nosotros
y decidió quedársela únicamente para él. Wong Kar-Wai no fue tan egoísta; encontró
una profunda tristeza en el tiempo que ya no está y decidió hacer cine,
así, en ese acto de compadecerse con el prójimo diría: Aquí les entrego esto para
que recuerden que llevan, al igual que yo, una profunda soledad que nos hace ir
errantes. Que los hará ir a mi lado.
Mejor no pongo palabras
en su boca. Mejor cito lo que ya él dijo: «Todos nos reconocemos en la soledad
y todos luchamos por dejar de sentirnos solos». Entonces tendría todo el sentido
que haya hecho algo tan bellamente devastador como lo es un sastre que se enamora
de una prostituta, le teje sus vestidos, y que se aprendió las medidas sin usar
un metro. Ella le dice: «Desnúdate. Ahora acércate a mí». Ella le toca su falo,
sus muslos y seguramente otras cosas más. Tras acabar de acariciarlo le dice: «No
necesitas un metro. Ahora cuando vayas a tejer mis vestidos piensa en mi mano.
Piensa en lo que has tocado». Hablo, por supuesto, de The Hand, la pieza que
sería la hermana de In the Mood for Love sin complicaciones ―al
igual que 2046―.
Aunque sí hay que hablar
de hermanos, deberíamos de mencionar a Chunking Express, que es un engendro
único en la filmografía de Wong Kar-Wai; esto lo explicaría mejor un
meme que se ha hecho viral entre los fanáticos. Y es este:
Chunking Express tiene un
halo musical que lo hace ver maravilloso: California Dreamin’ de The
Mamas & The Papas. Después de ver Chunking Express California Dreamin’ deja
de ser lo mismo. Cuando la escuchamos recordamos que hubo un sujeto obsesionado
con la piña enlatada. Ese es He Qiwu. Él pareciera ser una personalidad soft
de su director; en un momento de su narración en off dice: «El 1 de
mayo de 1994, una mujer me desea feliz cumpleaños. Ahora la recordaré toda mi
vida. Si los recuerdos se pueden enlatar, espero que nunca caduquen. Si tienen
que caducar, espero que su fecha de vencimiento sea 10.000 años».
El cine de Wong Kar-Wai
enlata recuerdos, colores y canciones que no caducarían ni en 10.000 años. El sountrack
de cada filme es un encuentro constante con la belleza. El delicioso timbre de
piano del maestro Ryuichi Sakamoto que parece ser asimilado por Shigueru Umebayashi
en un dúo del violín y violonchelo con su Sumeji’s Theme y On the
Lake para In the Mood for Love, ¡una composición original para In the Mood
for Love, y no cualquiera, sino unas que hacen recordar la devastadora y cálida
tristeza de Fritz Kreisler en su Liebesleid y a Aleksandr
Scriabin en su Etudes en D menor y el Op.8!
Pensar que los personajes
en sí son un sountrack más, uno de boleros, no es descabellado decirlo. La idea
de que los boleros en español son universales tras escuchar canciones del álbum
A mis amigos (1959) de Nat King Cole como Aquellos ojos verdes y Quizás,
quizás, quizás nos hace evaluar la idea de que nuestra lengua es sonoramente
poética y por lo tanto, elevada, pues, ya había estado en 1948 Doris Day, años
antes de Nat King Cole, hecho su interpretación de Quizás, quizás, quizás pero
en inglés; o Enoch Light en el 1957 con el álbum I want to Be Happy,
incluso el mismo Nat King Cole grabado la pieza de Quizás, quizás, quizás en
francés y portugués. A pesar de todo ello, Wong escoge la pieza en español.
Hay tanto partituras originales,
como híbridas composiciones en el universo de WKW. Incluir en Days of Being Wild
una partitura que es compuesta a partir de piezas conocidas como Always in
my heart de Leslie Gore y Siboney de Benny More es una muestra de
que su banda sonora es concebida, desde el inicio, como un personaje estético que
complementa y fortalece la atmosfera visual.
Incluir una banda sonora
pop/cantopop como lo ha hecho en Chunking Express con Christina Fang, The
Pancakes; en Fallen Angels con composicones del cantante Leon Lai ―quien
también es parte del reparto de actores―
y Nogabe “Robinson” Randriaharimalala; y en 2046 con Frank Sinatra y Madonna, no
es algo que se haya atrevido a hacer incluso directores de cine japonés ―y
asiático―
a pesar de ya haber estado el Maestro Ryuichi Sakamoto siendo exponente de la
Nueva Ola electrónica y pop wave EX cuando hacía bandas sonoras para cine.
En definitiva, si habría
que mencionar
un director «completo»
en el cine contemporáneo, deberíamos mencionar, sin duda alguna el nombre de Wong
Kar-Wai. Narrativas experimentales que adquieren una estructura de ADN, de personajes
que nos hacen llegar a otros personajes para narrar la verdadera historia y que
pensamos que la historia era otra, construir el estilismo del neo noir asiático,
condensar una oda a la pieza teatral de los 40 ―Largo viaje hacia la noche―, inspirar y darle forma ―nunca pensó que lo sería. Él solo
quería hacer y disfrutar del cine― a lo que debería de ser visualmente el
cine chino, de ahí que hayan encuentros en directores como Lou Ye, Diao Yi’nan,
Bi Gan y Ang Lee; en otras zonas del mundo, él ha sido influencia directa para
directores como Los Hermanos Coen, Richard Linklater, Quentin Tarantino, Lasse
Hallstrom y Pedro Almodóvar.
¿Pero por qué tanto amor de los directores por el cine de Wong Kar-Wai? ¿Por qué mi insistencia de querer hablar tanto de WKW con las personas? ¿Por qué los fotógrafos queremos hacer una oda a su estilo visual? La respuesta, creería, podría ser esta: encontramos en él, colores e historias que nos hacen sentir reales.
No pude asistir a la función pero al menos me queda la maravillosa reseña
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