Estás sentado; frente de ti, sobre la mesa, hay un cubo de Rubik. Sólo puedes ver el lado frontal del cubo. No puedes moverlo; ni tocarlo. Pero si te levantas, podrás ver un lado distinto; el lado de visión paralelo al suelo. Si continúas moviéndote, mirarás los lados faltantes. Pero, hay un lado que no podrás ver: el que está boca abajo, en la mesa. Así es «Climax» de Gaspar Noé. Un Rubik que no puede ser tocado. Completado —y que no quiere serlo—.
La cinta es clara. Pero, solo en una cosa: está escrita y filmada basada en sucesos reales. Pero, parece no estar dispuesta a contar algo. Sino, en mostrar. Gaspar Noé.
Es cierto que los personajes hablan —y bailan— en lugares distintos del edificio, tanto que sorprende que los otros no escuchen. ¿Qué tan grande se hace la habitación, el hogar como para no sentirnos tan cercanos con el otro aún de que las voces en el espacio son audibles?
El baile inicial, tras terminar el prelude de la cinta, donde los entrevistan, parece no tener mucho sentido. Y las conversaciones tan apresuradas, no tener demasiada forma. Pareciera ser todo un cadáver exquisito. Fue lo que pensé. Pero no. Es que así justo son las relaciones y vínculos en ese tipo de ambiente: prontitud, simplismo, deseo sexual impreciso. Absurdo —para la persona moral—.
De no ser, por ejemplo, por los planos cenitales, el baile no tendría alguna armonía estética sobre el cuerpo, movimiento y composición; de no ser porque hay un niño en el edificio, las luces artificiales nos harían creer que se trata de un escenario surrealista; la forma tan real e inmediata en que dos hombres negros se refieren hacia la mujer como un objeto sexual, es desagradable.
Y es que Clímax termina siendo un cubo de Rubik donde sus lados son compuestos por un teatro de la infamia, el deseo salvaje, espacios cerrados y, la decencia en la locura.
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