La mayoría de las personas se enamoran por primera vez en la adolescencia. Supongo que soy un tardío o tal vez soy demasiado exigente.
—Fallen Angels, 1995, Wong Kar-Wai
Hay días en los cuales podemos
ser salvajes y caminar en la noche sobre carreteras iluminadas por modernos
anuncios neones de color
verde.
Hay, en cambio, días, permanentes días en donde nuestra mente persigue un
antiguo amor y esa luz neón
de días anteriores, ahora ilumina nuestro rostro hasta que nos parece angustiosamente
verde. Fumamos un Marlboro, miramos nuestra imaginaria moto parqueada en una
esquina, y ahí, al lado de ella, está nuestra chica esperándonos. Pero todo es una ilusión, y lo sabemos.
Esos días la ciudad nos devora. En esos días somos personajes escritos para Fallen
Angels.
Si Chunking Express es un envolvente movimiento de personajes por Hong Kong mientras suena California Dreamin’ para crear un estado de ánimo acompañado de dulces colores rojos-naranja y un tierno encuentro de amarillos con verdes, Fallen Angels sería un elegante y violento viaje por la noche entre túneles y ferrovías de apagados grises, de cristales que reflejan un opresivo verde y un melancólico amarillo hasta que pronto el brillo de un saturado rojo te hace sentir que todo tu cuerpo es convulsionado por la soledad.
Un frenesí intenso de colores primarios. Y con toda razón, pues, Fallen Angel es el hermano oscuro de Chunking Express, y, una de las piezas más vertiginosas, experimentales y violentas de Wong Kar-Wai. La trama se inclina un poco hacía el interés que demostró el director hongkonés en su debut cinematográfico con As tears go by (1988) ―donde actuaría por primera vez Maggie Chung en el universo de WKW―: historia de gánster, asesinos asueldo, mujeres y hombres en dependencia emocional y adolescentes moviéndose en el bajo mundo de china.Pero antes de avanzar deberíamos
decir que As tears go by termina siendo una mimesis cinematográfica del
cine de Scorsese y que sus primeros 10 minutos es lo mismo que había hecho
cuatro años atrás Jim Jarmuchs en su segunda pieza cinematográfica, Stranger
than Paradise (1984); casi que Wong Kar-Wai termina convirtiendo su debut
en un calco narrativo, sin embargo, hay una serie de elementos que ayudarían al
futuro de Fallen Angels y al estilo visual que caracterizan el trabajo fotográfico
de Christopher Doyle ―cinefotógrafo de
cabecera del director desde que realizaron Days of being Wild
(1990)―,
y con esto me refiero a los slow motions, los deslizamientos de cámara y
los tempranos guiños al body cam. Además, ya estaría de igual modo esta
tendencia de los estridentes en los bajos de la banda sonora y el uso de un pop
wave.
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As tears go by (1988) |
Wong Kar-Wai utilizaría esta
misma estructura, que parece ser una de ADN, de puntos encontrándose con más puntos para
hacer una cadena espacial; y es que ya lo había intentado en Days of Being
Wild y posteriormente en Chunking Express, que fue filmada al mismo
tiempo que Fallen Angels. Pudo moldear y moverse narrativamente a algo
que había hecho Yi Yi y llevarlo a un doble nivel como lo terminó por hacer en Fallen
Angels.
Bueno, que haya una experimentalidad narrativa no es
suficiente para llamar un film como pieza maestra. Debemos añadir entonces que
Fallen Angels instruiría lo que revolucionaría el cine honkonés: el neo noir.
Este género cinematográfico no se diferencia mucho del género inicial. Hay más
bien, una propuesta visual en cuanto al trabajo de coloración fotográfica y al
ejercicio de lente, sus movimientos, propuestas plurales en los posicionamientos
de la cámara y en la nueva tendencia del bodycam.
El aspecto visual del neo noir que existe en Fallen
Angels es la manipulación constante de una fotografía de angulares
espaciales para mirar la sobrepoblación de las calles de Hong Kong, pero
también la facilidad de que aún ante todo ese movimiento que hay de personas por
la noche, nos invada una gran desolación. Y lo que permite esta sensación son dos
cosas; la primera es la presencia de carteles y anuncios neones que son intermitentes
entre los colores rojos, verdes y amarillos ya que adquieren el siguiente
concepto sociológico: así como Hong Kong tiene una versatilidad de adoptar la modernidad
occidental, también deberá tener la facilidad de arrastrar consigo la soledad moderna
y la depresión existencial de occidente.
La segunda razón desprende de la primera. Algunos que hemos
seguido la filmografía de Wong Kar-Wai de forma cuidadosa, hemos hablado mucho,
o así quiero pensarlo, de la primera parte de su obra ―es decir, desde As tears go by
hasta Fallen Angels y quizá My Blueberry Nights (2007)―,
hablamos de la importancia de los
restaurantes de 24 horas de atención al cliente, específicamente, del Mc Donald’s.
Y no, se pensaría que es una propaganda interna a la franquicia, pero no es
así. En Asia, en China, se hace normal que haya muchos Mc Donalds, y para poder
llegar a ellos, se ha de bajar por una escalera. Los Mc Donalds son subterráneos.
Nadie llega ahí. Las personas piden a domicilio. Y si vemos las escenas de
Fallen Angels en las vías subterráneas en las que se mueven nuestros personajes
femeninos y el Mc Donald, son sitios en los que no hay nadie más que ellos. Todo
está solo. Nuestros personajes son sujetos solitarios, y no porque ellos
quieran, sino que el lugar por el cual deben de moverse ha devorado a toda otra
persona existente. La ciudad es un personaje más, como lo fue en As
tears go By, Walk on Fire (1988), Days of Being Wild, Chunking
Express, Happy Togheter (1997), In the Mood For Love (2000) y
My Blueberry Nigths.
Los planos de escenarios vacíos, el McDonald y las
carnicerías son elementos sustanciales en el universo de WKW, pues, es aquí donde
nuestros personajes tienen citas y encuentros inconscientes. Estos escenarios
nos transportan, conceptual y visualmente a lo que ya se hizo en el cine japonés,
Tokyo Drifter (1966) de Seijun Suzuki y desde la literatura con Yasunari
Kawabata en La pandilla de Asakusa (1929): si las ciudades centrales son
fácilmente adaptativas al encontrarse con modernidad occidental, también son potencialmente
susceptibles a que las personas sean «vagabundos de Asakusa», y esto, para
aquellos que no conocen un tanto la cultura japonesa en el tiempo de Kawabata,
significaba el sujeto sin hogar, algo que va más allá de un espacio
físico, es, aquél que se mueve en una errancia espiritual que al final transciende
a un plano físico y convierte al hombre en alguien que está constantemente
abrazando el abismo.
Fallen Angels es como abrazar el abismo, y no con rechazo,
sino, con dulzura, pues, siempre hemos sido conscientes que eso es lo que somos.
Que somos tardíos.
La penúltima razón por la cual Fallen Angels es una pieza
maestra es su gran influencia en el cine chino, y, de ahí encontraremos trabajos
como el de Suzhou He de Lou Ye. «Suzhou He» es un
neo-noir que dialoga con «Fallen Angels», con la diferencia que aquí hay
encuentros con lo mágico y la tragedia imperial china: los amantes que se
suicidan en un lago; desde entonces estaremos con el encuentro de la conjunción
de las palabras que me encantan: bellamente devastador. La primera vez que miré
Suzhou He mi mente no dejaba de repetir la palabra «brillante» tras
mirar la experimentalidad de fotografía, narrativa y espacialidad. Si aún no la
han visto, denle la oportunidad. No los decepcionará.
Y, la última razón por la cual Fallen
Angels es una pieza maestra: ha sido incluida en un ciclo de presentación
de Topos Cine Club. Eso dice más que esta reseña.
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