Hemos crecido. Y ahora
pensamos en cómo podemos reconocer el amor. Qué cosas, sin usar una palabra,
nos hace reconocer a otra persona, igual que nosotros, solitaria y
complicada. Decidimos mirar Cold war (2018) de Pawlikowski y allí
sabemos que haber puesto un tenedor en el conector de luz nos hubiese herido
menos; que un film nos puede devorar, hacernos conscientes de nuestra
soledad.
Imaginemos que no hemos
visto Cold war. Es el último momento del film. Nuestros
protagonistas están sentados en una banca. No hablan. No tenemos la posibilidad
de conocer qué hay entre ellos dos, pero, la postura de sus cuerpos nos hace
saber que debieron atravesar una complicada historia para haber llegado hasta
ese momento. Se toman la mano. Miran hacia un punto vacío en el aire y las
nubes inexistentes. Nuestro cuerpo une todas las sensaciones y nos hace
reconocer, en cuestión de segundos una inminente separación.
Pues, hay algo que
presiona con fuerza en las cintas de Pawlikowski ―un
gran aire de Bresson y Resnais, o geográficamente cercano: Mikko Niskanen―
que nos hace considerar que el cine no es realmente aquello que se dialoga
entre los personajes, sino, qué hacen sus cuerpos. Cómo se suceden las imágenes
unas a otras. De allí que la estructura narrativa de Pawlikowski no tenga mucho
que verse en sus diálogos. Hay que mirar cómo hace que los cuerpos expresen el
llanto.
La primera vez que miré Cold
war (2018) sentí que faltó algo para que la cinta estuviese perfectamente
circular, condensada. La segunda vez: supe que el que había
faltado fui yo. Es una obra completa, a pesar de que se le puede castigar por
ser corta. Sin embargo, conceptualmente, esto la ayuda a ser sí misma un soplo
de aire frío que hiere las mejillas.
Hay una narración rota
que utiliza un juego estacional mediante actos para permitirse divagar entre
imágenes que muestran lo que sucede durante y después de la guerra ―Hiroshima,
Mon amour de Resnais―
a la vez que busca contar una historia de amor. Claro, esto
nos podría recordar a la estética usada por Alice Guy-Blaché en Falling
Leaves (1912) y The ocean Waif (1916) que toma esta composición de
su story-telling del teatro; o, lo que hizo tiempo después Kaurismaki en Ariel
(1988) que además de buscar un quiebre narrativo usando la composición secuencial
del teatro, usó imágenes y objetos que indicaban una estación invernal para
continuar la siguiente escena justo donde ―como― había acabado la
anterior. Lo que hubo de común entre Alice y Kaurismaki fue el bajo
presupuesto. Cold war usó estos atajos más que por algo estético fue por
el bajo presupuesto. Pero le funcionó.
La buena crítica a esta
cinta se debe a su medida por el gran trabajo visual y el paisaje sonoro que
hace un trabajo de archivo de los leids populares del territorio polaco.
En cuanto a su
referencia cinematográfica hay una que es muy directa: A kind of loving de
John Schlesinger. Pese a que la cinta de Schlesinger no es palpablemente un
tema de la guerra, como sí lo es en Cold war, el contexto histórico sí
que es relevante. Es un film que se desarrolla en el Norte de Inglaterra, poco
después de la Segunda Guerra Mundial. Los personajes y la vida en sociedad por
momentos ayudan a comprender qué se vino después del caos hitleriano y, qué
sucede con el amor en una consciencia marcada socialmente por conflictos
sociales.
El dialogo entre estas
dos producciones se debe a un fotograma que replica Pawlikowski. En ambos
filmes representa una dislocación en lo que de ahí en adelante sucederá con la
relación de nuestros personajes principales.
En Cold war, ya
deja de existir esa fotografía monocromática lavada. Comienza ahora una
colorimetría monocromática con una saturación elevada en el negro y el blanco
ya se torna plateado. Cold war, en este momento, a nivel cliométrico,
deja de ser una guerra en los lugares donde coexisten los personajes para ser
una horda fría en el temple de ánimo de nuestros personajes. De su relación.
Incluso la armonía musical en la cual es cantado el leid «lloré todo el día y toda la noche/ojos oscuros, lloras porque/porque no podemos estar juntos» muta de una apertura amplía vocal a una nicht zu schnell.
A mí me cautivó la cinematografía. En una ocasión le pregunté a alguien cómo podríamos reconocer la sensibilidad que se comparte entre parejas; si Natalia Lafourcade escribió Alma mía y decía «si yo encontrara/un alma como la mía/cuántas cosas secretas/le contaría» como llegamos a nuestra otra alma si no existe el lenguaje de la articulación vocal. Tras ver los frames de Pawlikowski: el cuerpo. El cuerpo sensible, el cuerpo que llora. El cuerpo que incluso inmóvil sentado en una banca, nos comunica, por ejemplo: ¿de qué hablamos aquel día sentados en el último mundo que nos sostenía?
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