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Luna negra [Sobre «Perro come perro» (2008) de Carlos Moreno]

    A pesar de que el cine colombiano parece obsesionarse con los mismos temas, y sus jergas y estéticas ya suenan a sonsonete, Perro Come Perro tiene méritos tanto audiovisuales como narrativos que merecen ser destacados. La película de Carlos Moreno se aleja de la línea de sus predecesoras más conocidas, como Vendedora de Rosas (1998) y La virgen de los sicarios (2000), y propone algo diferente. Lejos de ser solo una película de cine negro, sobre gangsters o policiaca, funciona como un estudio profundo de personajes, meticulosamente construidos, que habitan el mundo del hampa. La propuesta de Perro Come Perro no se limita a ser una mera historia de crímenes y violencia, sino que explora las motivaciones humanas detrás de las decisiones y traiciones dentro de este universo. La película se distingue por su enfoque en la psicología de sus personajes. Estos, aunque inmersos en un ambiente de corrupción, violencia y tráfico, están definidos con rigor, lo que les otorga una humanidad

Una sinfonía poética del dolor y la resistencia [Sobre «Tempestad» (2016) de Tatiana Hueso]

 



Cuando se entra a reflexionar sobre la obra cinematográfica de Tatiana Huezo, Tempestad (2016), nos encontramos con un retrato desgarrador de México, donde la impunidad y la violencia parecen haber eclipsado la esperanza. Sin embargo, lejos de mostrar directamente el horror, Huezo, aborda el tema de manera sutil, casi etérea, buscando evocar más que exponer, apostando por un cine que se siente más que se comprende literalmente. Este enfoque revela a una directora madura capaz de manejar con habilidad temas crudos, sin necesidad de imágenes chocantes, recurriendo en cambio a la sugerencia y la contemplación. Su propuesta no solo es innovadora, sino profundamente humana.

La estructura narrativa de Tempestad se basa en dos voces femeninas unidas por un hilo común: la injusticia y la impunidad que ahogan a tantas familias mexicanas. Sin embargo, en lugar de mostrar directamente la crudeza de sus historias, Huezo decide ir más allá, revelando las cicatrices emocionales y psicológicas que estas experiencias dejan.

El poder del documental radica en cómo maneja el tiempo y el espacio, invitando al espectador a un viaje por las carreteras y paisajes vacíos y casi siempre en ruinas de México. Las imágenes, capturadas con la excepcional fotografía de Ernesto Pardo, son majestuosas en su sencillez, pero cargadas de una profunda melancolía. Este desolado México que nos muestra Huezo no solo es un reflejo de la desolación interna de sus protagonistas, sino también del estado emocional de un país entero que parece haberse acostumbrado al miedo y al dolor. Cada plano parece contener una historia no dicha, un susurro de lo que pudo haber sido.

La banda sonora de Tempestad también actúa como un personaje en sí misma. Los sonidos del viento, el crujir de las hojas, el ruido distante de los caminos... todo parece conspirar para crear una atmósfera en la que el horror está presente incluso cuando no se menciona. Huezo, al desprenderse del uso de imágenes explícitas de violencia, se apoya en el poder de las palabras, en las inflexiones de la voz de las narradoras, cuyos quebrantos o silencios nos transmiten más dolor y desesperación que cualquier imagen cruda.

Esta obra también es notable por su representación de las protagonistas. Miriam y Adela no son simples víctimas, sino símbolos de resistencia. Huezo retrata a estas mujeres con dignidad y respeto, evitando el morbo y la explotación del sufrimiento femenino. Ambas mujeres nos guían a través de sus historias con una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, revelando sus heridas, pero también su capacidad de sobrevivir, de mantener la esperanza en medio del caos.

Uno de los aspectos más impactantes de Tempestad es su capacidad para hacer palpable el silencio. Los caminos desiertos, los paisajes solitarios, los momentos en los que no se escucha más que el viento, crean una sensación de vacío que es tan angustiante como las historias que se cuentan. Este vacío es también un reflejo del silencio que muchas víctimas deben mantener para sobrevivir, de la falta de respuestas, de justicia, de paz.

En este sentido, Tempestad no solo es un documental sobre la impunidad en México; es también una obra sobre el miedo y el silencio que acompañan a la violencia. Miriam lo dice claramente en un momento clave del filme: "Tanto miedo, se trata de eso". Ese miedo no es solo una reacción a la violencia, sino también una herramienta para mantener el control, para perpetuar la impunidad. Huezo nos hace sentir ese miedo a través de la sutileza de sus imágenes y sonidos, que juntos crean una atmósfera opresiva pero también bellamente contemplativa.


A pesar de la profunda angustia que emana de Tempestad, la pieza audiovisual no transmite una visión totalmente desesperanzada. Aunque impregna una tristeza y soledad abrumadoras, también deja entrever atisbos de humanidad y esperanza entre tanta oscuridad. Huezo parece querer recordarnos que, incluso en los momentos más difíciles, las personas conservan la capacidad de hallar belleza en lo cotidiano, de resistirse a ser doblegadas y de seguir adelante de algún modo. Las carcajadas nerviosas de Adela y su familia, las miradas esperanzadas de Miriam al contemplar el paisaje en su regreso a casa, son pequeños destellos de luz que asoman entre las tinieblas.

En definitiva, Tempestad es una obra profundamente emotiva y visualmente impactante. Tatiana Huezo demuestra una madurez y sensibilidad excepcionales al abordar temas dolorosos y apremiantes como la violencia y la impunidad en México. Lejos de ser una simple denuncia, su cinta supone una meditación poética acerca del miedo, la resistencia y la capacidad humana de sobreponerse incluso ante las circunstancias más atroces. Sin duda, Tempestad cuenta con todas las credenciales para quedar registrada como una obra fundamental dentro del cine mexicano, no solo por su calidad cinematográfica sino también por su capacidad de conmover e invitar a la reflexión.

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