Hace poco terminé de leer «Azul casi transparente» de Ryu Murakami y «Agujero» de Hiroko Oyamada. Ryu incluía una serie de canciones en la novela. El paisaje sonoro que él hizo que existiera dentro de ella me llevó a comprenderla como una gran pieza musical redonda, más que una obra literaria en sí misma. Cuando estuve a la mitad de Azul casi transparente, imaginé que los libros podrían ser recordados como canciones, que el nombre de todas las canciones, son, en realidad, el rostro de alguien. Con The Lighthouse (2019) de Robert Eggers, los personajes dicen poco —o casi nada— mediometraje. En su lugar, lo único que tiene sitio son los sonidos de conjuntos vacíos. Si no existe una música en el film, ¿con qué única, y última imagen, será recordado? El uso del espacio y los conjuntos vacíos en The Lighthouse son incómodos. Cuando la vi por primera vez, esperé que ese formato cuadrado en el que era filmado, fuese sencillamente un prelude . Un ejercicio de cine de autor . La miré, po...
Cuando se está frente a alguna película de Kaurismaki, cualquiera que sea, se tiene la impresión de transitar por un mundo estático, habitado por personajes desprendidos de la realidad, carentes de emociones. Da la sensación de que la propuesta estética del director finlandés se asocia a una suerte de nihilismo matizado, al final, por la revelación del amor. Es cierto que esto último es una contradicción, pero así funciona.
Kaurismaki sitúa sus filmes en contextos de problemáticas sociales; de manera sutil expone la venta de droga, el desempleo, la violencia; aunado a los mismos problemas existenciales que han perseguido al ser humano desde su génesis: la soledad, la desesperanza, el pesimismo. Estas características parecen ser la condición de los personajes del finés.
Miremos:
Una mujer trabaja en un supermercado, cumple con su horario, de vez en cuando roba algún producto vencido, se va a su casa; vive sola, enciende la radio y encuentra las noticias de una guerra que parece lejana; apaga la radio y se a dormir. Al día siguiente vuelve al supermercado.
Un hombre trabaja en una fábrica, es adicto al alcohol, por eso cada vez que puede se toma un trago de la botella que tiene escondida en una cajuela. Termina la jornada, se va a su cuarto, que comparte con otro trabajador, y se sienta en su cama a hacer nada; solo beber y fumar
Lo que en un principio se denominó la “Trilogía del proletariado” (Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de fósforos) se ha extendido por casi todo el trabajo cinematográfico de Kaurismaki. Hojas de otoño (2023), el último film del director finlandés, es precisamente una reiteración de esa trilogía.
A simple vista parece una historia sencilla, avanza con lentitud, parsimoniosa por el trascurrir de imágenes, como si estuviéramos pasando las hojas de un álbum familiar; así podemos ver fábricas, operarios soldando grandes artefactos metálicos, las luces de la ciudad, el tranvía andando por las calles solitarias. En medio de tanta soledad, un hombre y una mujer confluyen por casualidad, sus destinos se cruzan casi que por inercia. Ninguno de los dos se siente afanado por el reducto de felicidad que parecen haber alcanzado. Después de tanto desentendimiento del mundo exterior, resulta difícil vislumbrar lo que parece ser el amor.
Así funcionan las películas del finlandés, sin pretensiones, sencillas en apariencia, pero con una carga simbólica superlativa que le corresponde desentrañar al público. Eso mismo es Hojas de otoño una película para ver germinar el amor a cuenta gotas.
Ficha técnica:
Título: Fallen Leaves
Año: 2023
Duración: 81 minutos
País: Finlandia
Dirección: Aki Kaurismaki
Guion: Aki Kaurismaki
Reparto: Alma Poysti, Jussi Vatanen, Janne Hyytiainen, Nuppu Koivu, Sherwan Haji.
Fotografía: Timo Salminen
Género: Drama, Romance.
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